lunes, 26 de noviembre de 2012

Ropa vieja, libros nuevos



¡Ay de esas personas que ya tenías arraigadas en tu vida!
Todas, tarde o temprano, acaban por irse, dejando un vacío increíble, un vacío que no puedes comparar a ninguna otra cosa.
De repente darías cualquier cosa por volver a oír hasta aquellas expresiones manidas de tanto uso, aquellas bromas y chistes que ya odiabas de tanto escucharlas. 
De repente, sin darte cuenta, esa tierra vacía que dejan esas grandes raíces, tan arraigadas en ti, se van llenando poco a poco de nuevos amigos, de nuevas parejas, nuevos amantes. Y una por fin aprende que, para que entre algo nuevo y bueno, en tu vida, que te llene, que realmente te haga feliz, deber antes arrancar las malas hierbas.
Quitar poco a poco esas cosas que te sobran, hacer hueco en los armarios y en las estanterías de tu vida, para dejar espacio a nuevos libros y nueva ropa.
Nuevas historias, nuevos estilos, nuevos caminos por descubrir… Y dejando atrás los lastres, sin remordimientos, alegremente, aceptando el pasado, podemos hacer que esos libros que dejamos, esa ropa que ya no nos ponemos, no estén nunca en mal estado, y que otras personas que vengan después de ti puedan disfrutarlas.
Que cuenten anécdotas sobre ti con amigos y con sus futuras parejas sobre cosas que habéis hecho, que habéis dicho, que habéis vivido. Por eso, si lees esto y te sientes identificado, consuélate pensado que lo malo de encontrar al amor de tu vida es lo bien que te lo pasas buscándolo




miércoles, 24 de octubre de 2012

La cosa va de cifras

En mi nuevo piso, somos seis:

Tres son chicas, tres son chicos.
Cuatro viven abajo, y dos en el piso de arriba.
Tres se han criado en España, los otros en el extranjero. 
Tres están cursando alguna espacie de intercambio internacional, los otros tres no.
Las chicas hablan muy bien español, los chicos... ¡Hacen lo que pueden!
Dos han nacido en España, el resto, en diferentes partes del mundo.
Tres cocinan bastante bien, los otros tres hacen lo que pueden.
Dos tienen el pelo rizado; los otros cuatro, liso.
Tres estudian ciencias, los demás letras.


Cada uno es muy diferente al resto. Aun así todos nos llevamos muy bien. Somos como una pequeña familia. Y a quien más, a quién menos... les he cogido bastante cariño. Va a darme mucha pena que este curso se acabe solamente por no querer pensar en despedidas.

sábado, 21 de julio de 2012

Entretelas desgarradas.

Será porque paso mucho tiempo sola al cabo del día, será porque estoy estudiando prosa romántica y algo de melancólico derrotismo se me está pegando, será porque estoy especialmente sensible; pero llevo unos días sintiéndome muy mal por todo.
He pasado un año muy duro, sin fuerzas para ponerme a estudiar en serio, sin fuerzas para ordenar mi vida, sin ganas ni ilusión ninguna. Y a pesar de los buenos momentos, de las risas, de la complicidad entre amigos tomando cervezas, batidos, tés helados o lo que encartara en cada caso; el despertador sonaba y no hacía más que inventarme excusas para no salir de la cama. Me agobiaban las aulas. Me sentía insignificante en el enorme pasillo de filología. Me decía una y otra vez mientras salía huyendo de la facultad que esas fotocopias que debo recoger pueden esperar a mañana, que ese libro que hay que sacar de la biblioteca no se va a mover de ahí y que el lunes debía comenzar en serio: a estudiar a diario y a seguir mis lecturas al día, como llevaba haciendo estos últimos cuatro años.
Pero no.
Y poco a poco me fui abandonando.
Y me repetía a mí misma que era feliz.
Debo ser una buena mentirosa y actriz si he sido capaz de engañarme todo este tiempo. Yo no soy así. Yo nunca he sido así.

Pero hoy he notado algo que hace mucho tiempo que no sentía.
Ilusión.
Ganas.
Optimismo.
Me he visto a mí misma cruzando el umbral de mi nuevo piso, estudiando en el escritorio un frío sábado por la mañana, mientras espero a que el té esté listo para amenizar las lecturas obligatorias. Me he visto en la terraza preparando una shisha mientras veo el sol ocultándose entre los tejados. Y horneando mis recetas morunas. Y preparando un bento para ir al río o al parque. Yendo a clase con una sonrisa.
Porque puedo.
Y sabré que todo en mi vida está en orden cuando me levante por la mañana con una sonrisa.

Tengo una sonrisa demasiado bonita para no irla enseñando por ahí.




lunes, 9 de julio de 2012

Humo en la avenida.


Me iba al día siguiente y para siempre de aquel piso. Había sido un año intenso, sin precedentes. Con grandes alegrías pero, sobre todo, complicados reveses y golpes difíciles de encajar; pero que, poco a poco, he ido superando (no sin dificultad). Abandonaba a ruidosa Luis Montoto.

Adiós a los sonidos de ambulancia a las tres de la mañana, o a los grupos de jóvenes borrachos hablando a gritos entre sí al salir de la discoteca de enfrente. Adiós a aguantar la tapa del wáter porque esté suelta y siempre se caiga. Adiós a presionar la persiana con una mano mientras porque está atascada y no puede subir. Adiós a las fundas de sofá que dan alergia, y a las cortinas que solo hacen soltar polvo. Adiós a una vitrocerámica que te da calambre cuando intentas limpiarla. Adiós a la luz tililante del pasillo, que convertía ir al servicio por la noche en una escena de película de terror. Adiós a esa sensación de muerte inminente cuando se prendía el calentador de butano…

A pesar de todo, voy a echar de menos vivir ahí, y como me conozco ya, sé que no tardaré en esbozar una sonrisa cuando pase por el portal del que fue mi piso en este año de locos.
Porque al fin y al cabo, también es cierto que he compartido techo con las dos mejores compañeras de piso que he tenido nunca, y sin ellas saberlo, han contribuido mucho para que este curso fuera especial. A las dos (ellas ya saben quiénes son) gracias. Muchas gracias por todo.

Por eso, en mi último día en Luis Montoto, salí al balcón con una silla y una shisha de mora. A disfrutar de las vistas de la avenida mientras el sol comenzaba su lento y perezoso descenso. Salí a saborear una última tarde en Sevilla, oyendo a ratos las desenfadadas conversaciones de la gente sentada en la terraza del bar de abajo. Palabras y fragmentos sueltos, mezclándose unos con otros y fundiéndose con el ruido de la calle. En una tarde que olía y sabía a moras.




miércoles, 20 de junio de 2012

Las aguas que vuelven a su cauce.

Esta no es es una disculpa por haber dejado el blog abandonado durante tanto tiempo. Ni pienso desplegar una lista de estériles excusas:
...no he tenido tiempo por los estudios...
...he estado ordenando mi vida...
...he estado muy ocupada con otros proyectos...
...no me encuentro inspirada...
...he tenido ciertos problemas personales...


MENTIRA
Todo son mentiras a medias... Ni he estado tan ocupada, ni me encuentro a falta de cosas interesantes para escribir, ni mi vida es un caos tal que requiera que abandone esos momentos especiales de esparcimiento en los cuales enciendo mi shisha y disfruto escribiendo torpemente, hilando recuerdos y compartiendo lo que mejor puedo dar de mí con vosotros, esos anónimos del otro lado de la pantalla.
No sé si me habéis echado de menos, y no estoy del todo segura de haberos extrañado a vosotros, como no os conozco bien no puedo saberlo.
Simplemente necesitaba retomarlo, al igual que hace unos meses necesitaba descansar.


viernes, 23 de marzo de 2012

Desempolvando recuerdos

A veces me pongo a pensar en el pasado.
No en un pasado reciente, voy mucho más allá. Anoche no podía dormir pensando en las cosas que tenía que hacer a lo largo del fin de semana; y como eso iba para largo, dí un frenazo mental. Pensé en cosas agradables para dormir. En lugares y situaciones relajantes. Evoqué el mar en el que me bañaba de pequeña. 
Pero todo fue inútil.

Entonces, entre mis variados pensamientos, se me vino a la cabeza la imagen de amigos y familiares señalándome, algunos con ironía, otros con admiración, otros tantos con indiferencia, mi capacidad de recordar con todo detalle cosas que han pasado hace mucho, mucho, mucho tiempo. Y entonces caí en a cuenta de lo siguiente: Nunca me ha dado por fondear en mis recuerdos más antiguos.

Recuerdo perfectamente la guardería. Cómo mi abuelo materno se presentaba en casa cuando aún estábamos desayunando y nos llevaba a mi hermana y a mí de la mano hasta allí. Jugábamos en el patio diminuto, girábamos en la tarima una y otra vez hasta caer mareados y sentir cómo toda la habitación daba vueltas, riendo. O cómo nos echábamos hacia atrás, a ver si realmente podíamos caer de espaldas en el suelo; yo nunca lo logré, en el último minuto daba un paso atrás y me incorporaba, pero en alguna que otra ocasión calculaba mal y me caía de lado. Fue ahí donde empezó mi aversión a recogerme el pelo con cintas y coletas, porque siempre se me caían mientras jugaba, o me destrozaba los peinados a base de manosearme el pelo. (¡Joder! Ahora que lo escribo es como si lo estuviera viviendo otra vez.)
Son recuerdos bonitos, pero no son los más antiguos.

Recuerdo la mesa redonda del comedor de casa, que luego cambiaríamos por la que tenemos ahora. Y la primera vez que África, la chica que nos cuidaba mientras mis padres estaban en el trabajo, me hizo un batido de fresas con fresas naturales. Me pasé días y días "portándome bien" para que me hiciera otro. También nos daba unos huevos minúsculos de chocolate cuando le dabas un beso, y nos hacía disfraces con servilletas desdobladas que luego pegaba con cinta adhesiva. Mi favorito era el de Batman, que tenía casco y todo ¡era genial! y después el de Supermán, que usaba saltando por el sofá verde del comedor gritando "¡África, África, mira como vuelo!"

Ese mismo sofá verde en cuyo respaldo me ponía de pie, apoyándome en la pared, mientras mi hermano (Ese gran desconocido) pasaba las manos palmeando y diciendo con voz de ultratumba "¡el arran...capiés!" Gritábamos mucho, claro, a nadie le gusta que le arranquen los pies, y entonces venía nuestra madre a reñirnos. Creedme si os digo que la frase más usada por mí de pequeña era "¡Mamaaa! ¡Mira a Santi!" "¡Mamaaa! ¡Santi me está haciendo de rabiar!" Y sus múltiples variantes. Pero gracias a él me apasionan los videojuegos, porque gracias a él entró en casa la primera consola, una NES que todavía pulula por los armarios. Algún día la repararé y jugaré con ella y todos los cartuchos que teníamos, pero eso es futuro, y yo estoy hablando de pasado. De todos modos, las jugarretas de mi hermano no son mi recuerdo más antiguo.

¿Cuál es entonces? 
Mirar una foto unas semanas antes, en casa, me dio la pista. Una foto ligeramente desenfocada, en la que el flash se "come" mi diminuta nariz, el pelo me tapa las orejas y las cejas. y salgo con cara de susto.  Seguramente debía ser de las primera veces que me daban un flashazo en la cara, o puede que sea porque era la primera vez que escuchaba música con unos auriculares. En la trona estaba el walkman, mucho más grande que mis manos.
Esa foto.
Me la tomó mi abuelo. 
El día en que mi hermana Eva vino por primera vez a casa.

Me acuerdo de eso, perfectamente. No sé qué sucedió cuando entraron por la puerta cargando con el bebé, ni lo que sentí la primera vez que la vi. Ni cuánto tiempo estuve ese día con mi abuelo, ni lo que hice a lo largo del mismo. Pero si hubiese tenido uso de razón (algo más de lo que una criatura de 14 meses de edad pueda tener) le hubiera dicho "Bienvenida al mundo, pequeña"

Curioso.


Mi recuerdo más antiguo es también uno de los más bonitos.


lunes, 19 de marzo de 2012

Black week


Ayer acabó por fin lo que yo llamo “Semana negra de Elouan” o también “Fuking black week”. ¡But the fucking black week is over now!
Y es que desde el lunes pasado no han parado de ocurrirme pequeñas “desgracias” encadenadas unas a otras, formando bolas y atragantándose, luchando por ver quién me jode más; compitiendo por la medalla de oro en el certamen “Yo le amargué la vida Elouan”. Pero pobrecitas, no hicieron ni podio. Conmigo no puede nadie. (Sí, soy una exagerada de libro, lo sé, pero es que soy gaditana ¿Qué esperabas? Lo llevo en la sangre.)
A lo largo de esta semana:
-La facultad ha anulado mi matrícula, así, porque sí. Al final resultó ser un error de secretaría. (Uno de tantos, pero al parecer este año se están cebando conmigo que da gusto) Y claro, lidia con secretaría… lidia con el banco… lidia con un padre cabreado en modo “furia berséker” amenazando con hacerte regresar a casa si no solucionas todo “para ayer”…
- Me llamó la policía el viernes por la tarde-noche para hacerme saber que tenían en comisaría mi DNI y mi tarjeta de SeVici. Y yo digo ¿Cuándo me han robado la cartera? ¿Por qué sólo aparecen estas dos tarjetas? Es una putada, porque hacía dos días escasos que recogí del banco mi tarjeta bancaria (un cajero se la había tragado y tuve que solicitar un duplicado)
- Mi cámara de fotos ha desaparecido. La que me compré en París durante el erasmus. Sí, la que tiene un valor emocional incalculable. La marrón. Esa misma. No sé si tiene que ver con el robo misterioso de la cartera, no sé si se me ha perdido o me la he dejado en casa de algún amigo. La cuestión es que no está, y sin mi cámara se frenan drásticamente mis dos proyectos, que había empezado apenas dos días antes.

Resumiendo. Nunca antes había dicho con tantas ganas ¡YA ES LUNES! ¡Comienza una nueva y mejor semana!

martes, 21 de febrero de 2012

Elegía de amistad. Frío.


La primavera se asoma tímida por un resquicio, entre los árboles y la hierba que brota de nuevo, entre las fuentes heladas de mármol. Hace más frío que aquella vez, pero una promesa es una promesa, y debo cumplirla. Aunque preferiría no hacerlo, no dirigir mis pasos a ese jardín, no sentarme en este banco de hierro escuchando la fuente (de mi nostalgia), no recordar nuestra conversación, pero lo he hecho. 

Aquí estoy.
Me siento en aquel banco donde una vez tú y yo hablamos durante largas horas, aquí, en el alcázar, un 21 de febrero de hace algunos años, después de que correteara crías de pato por los jardines, hasta quedar sin aliento. Después de perdernos en el laberinto de setos por tercera vez aquel año. Después de hacerle una foto a una pareja joven de turistas franceses. 


Ahora mismo un ejemplar joven de pavo real pasa por delante de mis narices, como también pasó aquella vez.


Ahora me siento sola en este banco, y miro al sitio donde deberías estar tú.

Metafóricamente, ahora hay sentadas conmigo muchas y muy gratas personas, algunas están ahora mismo en Córdoba, otras en Sevilla, otras en Granada y otras en Madrid, somos tantos que no cabemos. 
Pero tú no estás, y no te vas a sentar aquí nunca más. Este banco está reservado para otra gente. Lo siento.

Tal y como me he prometido, saco de la mochila un termo de té (ese té que compré en París un día que no estabas) y brindo por la amistad. Me pregunto cuántas personas por las que hoy brindo seguirán metafóricamente sentadas conmigo el año que viene. Yo sola, en mi banco, sonrío y le dedico esta alegre elegía a un amigo, que fue muy querido, y sin embargo decidió inmolarse de mi vida.


lunes, 13 de febrero de 2012

Maldito día



Hoy ha sido un día horrible. ¡Maldita forma de empezar la semana!

Salí de casa a las 09:55h según mi reloj, corriendo, claro está, porque iba bastante tarde a clase. Cual es mi sorpresa cuando llego a la parada del bus: el autobús de la línea 21 va a tardar 11 minutos en venir. ¡Once minutos, uno detrás de otro!
Pude haber esperado, al fin y al cabo, el profesor dijo la semana pasada que hoy iba a empezar la clase un cuarto de hora más tarde, para no hacer pausa en medio de las dos horas seguidas que tenemos con él. Pero no esperé, ¡qué va! Se me ocurrió la brillantísima idea de ir andando a clase; -total, no se tarda tanto- pensé. En esas estaba cuando... ¡Tachán! ¡Un puesto de SeVici! ¡Con una Bicicleta disponible!
No podía perder esa oportunidad, y la saqué de su borleta, rauda y veloz:
¡CRASO ERROR!
La bicicleta era magnífica, eso no puede negarse, de las mejores que he usado en mucho tiempo: Las marchas no le saltaban sin previo aviso, el sillín estaba de una pieza, los pedales se movían con suavidad, el timbre funcionaba, el manillar no estaba desviado... Pero aun así, ojalá no la hubiera sacado nunca de su estación. Porque cuando llegué (en tiempo récord) a mi destino, dejarla fue un suplicio.
La estación del Prado de San Sebastián: llena
La estación del Lope de Vega: llena
La estación del Cristina: llena
La estación de los Jardines de Murillo: llena
Las dos estaciones de Alfonso XII: llenas ambas.

-¡A tomar viento fresco y siberiano!- Me dije, tres cuartos de hora después. Regresé sobre mis pedaleadas y deposité la bicicleta en el mismo sitio donde la saqué, en Luis Montoto. Se acabó, me voy a casa a terminar ese infernal trabajo que tengo que entregar el miércoles.
En la acera de enfrente, me llamó la atención una frutería que estaba abriendo. Le compré al dependiente medio kilo de fresas y me acabo de preparar el desayuno: un smoothie de naranja y fresa, para empezar bien el día por segunda vez.
Sano y rico. 100% natural. Sin colorantes ni conservantes.


Sí, esta jarra ha sido robada vilmente de los 100 montaditos. ¿Y qué? Soy una rebelde.


¡Bonus extra, receta de 2 minutos!

Smoothie de naranja y fresas
Preparación: Exprimimos tres-cuatro naranjas, enjuagamos y troceamos cuatro-cinco fresas y lo batimos todo. Lo ponemos en el vaso más grande que tengamos y añadimos un chorrito de leche hasta llenarlo por completo. Si no tienes un vaso o jarra lo suficientemente grande no pasa nada, te lo puedes beber directamente en el vaso de la batidora. 

domingo, 5 de febrero de 2012

Mini-pizzas


Tras estas infernales semanas de exámenes, vuelvo a ser “casi” libre, que aún me queda la entrega de trabajos.
Pues nada, que estaba el otro día fumando una shisha de limón, celebrando a mi manera el final de los exámenes (Bebiendo cerveza y un paquete de patatas de receta campesinas, viendo vídeos de youtube y chateando con la gente con la que había perdido el contacto en estas semanas malditas) cuando miré el reloj y ví que eran ya las 23:00, entonces me acordé de los lectores de este blog.
“¿Y por qué iba Elouan a acordarse de nosotros? ¿Por qué iba Elouan a acordarse de mí?”
Básicamente, porque recurrí a una de mis recetas de supervivencia favoritas: la cutre-pizza. Para hacerla necesitamos:
-Pan.
-Tomate
-Lo que le vayas a echar a la pizza (queso, maíz, jamón cocido, más queso, lonchas de pavo braseado, pollo asado, salsa barbacoa, todavía más queso…)

Tomamos el pan (Si es de molde mejor, pero no hace falta, nos vale cualquiera) lo cortamos como si fuéramos a hacer un bocadillo, y lo untamos de tomate. Añadimos los ingredientes, le damos un toque de orégano y lo ponemos en el horno.

Cuando esté tostado, lo retiramos del horno y nos lo comemos. Fácil, rápido y para toda la familia. 

Bonus Extra: ¡IDEAS!
1- Corta una rebanada de pan de molde en cuatro, aplástalo con un rodillo y sigue el procedimiento. Así tendremos cuatro deliciosas pizzas para un bento italiano.
2-Invita a unos amigos a comer-cenar a tu piso. Pon los ingredientes en cuencos (si los tienes todos en el fregadero a la eterna espera de ser lavados, te valen platos o vasos limpios de plástico) y el pan en una bandeja, y que cada uno se prepare la mini-pizza que quiera: con la cantidad a su gusto de cada ingrediente.

Espero que disfrutéis leyendo esto tanto como yo disfruté el otro día de mi cutre-pizza. ¡Hasta pronto!

PD: Por culpa de los exámenes no puedo dedicarle tanto tiempo como me gustaría al blog, pero pronto volveré, con más recetas que colgar, más proyectos y más historias.

lunes, 9 de enero de 2012

La shisha, mi historia.

No me considero una persona fumadora; de hecho detesto el tabaco. Deja mal olor en las manos y las pocas veces que le he dado una calada “por probar” he acabado tosiendo y con un mal sabor de boca.

La primera vez que lo hice tenía ocho años.
Mi madre estaba secándome el pelo, o ayudando a ponerme el pijama, ahora no recuerdo. Sonó el teléfono, y dejó un cigarro que acababa de encender en el cuarto de baño. Picada por la curiosidad me acerqué despacio y lo tomé con dos dedos, como había visto hacer a los mayores, inspiré a través de la boquilla. Maldita curiosidad. Lo dejé caer al suelo de la impresión.
Sin dejar de toser, recogí lo más rápido que pude el cigarrillo y lo dejé donde estaba. Bebí un poco de agua del grifo y disimulé lo mejor que pude. La boca me sabía raro y me ardía el pecho. Desde ese momento me prometí no volver a fumar nunca.

He cumplido mi promesa a medias, porque, a pesar de no querer ver el tabaco ni de lejos, no le hago ascos a una shisha. Y si está preparada en condiciones, mejor que mejor. Me gustaría poder decir que nunca le he hecho ascos a una, pero eso tampoco es cierto:
En una ocasión, un chico con el que salía a los 16 años me ofreció en una tetería tomar una shisha a medias con él. Me negué rotundamente, pero igualmente se la pidió (pagamos a medias) y se la fumó entera él solito, no sin antes obligarme a darle una calada. Quizá porque en esa ocasión la tomé casi obligada ya iba mentalmente predispuesta a no disfrutar, a que no me gustara. Odiaba cuando me imponía algo o cuando intentaba corregir las cosas mías que no le gustaban. Afortunadamente no duramos mucho. Es más, encima tengo que agradecerle que, desde que salí con él, busco un hombre que me acepte tal y como soy, con mis defectos y mis defectos. En fin, a lo que iba: también hay que añadir la reticencia normal de una persona que veía una shisha por primera vez y que no sabía cómo funcionaba aquello o si tenía efectos secundarios raros. “Si aspiro por la manguera… ¿Cómo es que suenan burbujitas como si estuviera soplando?” Ah, dulce inocencia la mía. Era una shisha de manzana con un toque de regaliz, todo un clásico en las teterías árabes.

El tiempo pasó y unos años más tarde, el 20 de Diciembre de 2007, quedé con un amigo de la facultad para tomar algo. Fue un día memorable por muchos factores. Recuerdo que me llevó a una tetería, tomamos sendos tés y él sugirió pedir también una shisha. Fingiendo haber fumado con anterioridad, accedí (no sé por qué lo hice) y, ahora sí, le de mi primera calada a una shisha de tutti-frutti. Sin nadie que me obligara a ello, sin presión, sin agobios por devolver la manguera. Mi primera shisha fue un acto bellísimo de compañerismo.
Quizá estoy exagerando un poco, pero lo cierto es que a raíz de ahí comencé a investigar en internet y tras las vacaciones de navidad y el periodo de exámenes, me compré una pequeñita, verde, con dos paquetes de tabaco y un tubo de carbón. ¡Qué buenos momentos me proporcionó! Lo que sí es cierto es que fumaba menos que ahora. Antes me preparaba una cada dos semanas, aproximadamente, sin embargo hoy fumo cada tres o cuatro días.

 Mi primera shisha comprada, el día que la estrené.

Me gusta acompañar la shisha con té verde o negro según mi estado de ánimo o el momento del día. Además, leer un buen libro mientras fumas puede resultar una experiencia de lo más gratificante. Tiene que ser una lectura por placer, no literatura de la que me obligan a leer en clase (La única excepción fue “La Celestina” mientras tomaba té verde con pétalos de cerezo y fumaba una shisha de cereza.) Y si sumamos que afuera esté lloviendo, mejor que mejor.


Con este texto no pretendo, ni mucho menos, incitar a fumar en shisha. Simplemente cuento mi experiencia.  Cada uno es libre de sus actos y yo recomiendo, si no has fumado nunca, que no fumes.

martes, 3 de enero de 2012

Lectura 2.0

Estas navidades, he decidido hacerme con un libro electrónico. Llevaba varios años meditando la posibilidad de conseguir uno, pero había varios factores que me hacían un tanto reticente a los eReader. 
El principal era el tiempo que tardaban en cambiar de página, me resultaba demasiado para mi corta paciencia y mi velocidad de lectura. Necesito un dispositivo que me facilite y agilice la lectura, y por aquel entonces, los libros electrónicos disponibles en el mercado eran demasiado lentos. Otros motivos secundarios eran el precio (demasiado alto para lo que me ofrecían) y el tamaño-peso de los mismos. 

Hace unas semanas, escuché a través de diversas redes sociales a ciertos amigos y conocidos hablar de sus últimas adquisiciones, con la que estaban bastante satisfechos. Se trataba de Kindle, el dispositivo de Amazon, que desde diciembre estaba disponible en España. Esas personas no se conocían entre sí, pero todas coincidían en un punto: el Kindle era cómodo, y económico. Posee lo que un eReader necesita, ni más, ni menos. Para escuchar música tengo un reproductor en el ordenador y un MP3, para navegar por internet tengo mi ordenador o mi teléfono. Pero para leer requiero una pantalla que no canse la vista, que tenga un contraste adecuado y una buena resolución.

Tengo buenas expectativas en tí. ¡Más te vale no decepcionarme!


Está claro que no hay nada como leer en papel, y soy una gran defensora del libro impreso. Pero tengo un problema, que se ha ido acentuando con el paso del tiempo: no me caben más libros en casa. He dejado de comprarlos por ese motivo, (y tampoco es que posea demasiados) porque en casa de mis padres, los que ya no me caben en la estantería se acumulan en cajoneras y en el altillo del armario ¡Y tampoco queda sitio! He limitado mi compra de libros a lo estrictamente necesario, es decir, a los que me exige la facultad y ocasionalmente compraba alguno por capricho. Y me niego rotundamente a comprar sólo uno o dos libros al año.

Los libros de cátedra me han acompañado desde primero de carrera.

Sueño con mi casa perfecta, con una habitación con las paredes llenas de estanterías. Una de ellas tiene unas baldas separadas entre sí por 18 cm, que es lo justo para poder sacar y meter cómodamente libros de cátedra editorial. En esa habitación hay un sillón comodísimo, una lámpara de pie con luz auxilar de lectura y una mesa baja con un juego de té. En el suelo de parqué, hay una alfombra gruesa y mullida donde reposan mis pies descalzos.