domingo, 16 de octubre de 2011

Improvisación en Madrid


Me encanta organizar viajes improvisados de una semana para otra, conmigo como única participante. Aún no soy tan impulsiva como para ir el mismo día a comprar un billete para el próximo tren-bus-avión que salga, pero dadme tiempo, que ya me llegará el pronto.
En esa clase de viajes vas a donde te apetece, duermes donde te apetece, comes lo que te apetece, visitas a quien te apetece, y, en definitiva, eres tan libre como tu presupuesto te permita serlo. Recuerdo dos de esos viajes con especial cariño, y da la casualidad (si… casualidad… jejejejeje) de que ambos los he realizado este mismo año.

El primero de ellos fue el viaje a Madrid. Tomé el vuelo desde París en un punto de mi vida en el que necesitaba urgentemente olvidarme de todo lo que me rodeaba. En aquel momento, estaba bastante estresada por la presión en la Sorbonne Nouvelle, y del encorsetado método de estudio, además no estaba a gusto con nadie en la facultad (ya llegarían, un poco tarde, pero llegarían). Tras un día malo iba otro peor, aquello parecía no acabarse nunca y la idea de abandonarlo todo resultaba cada día más tentadora. En consecuencia, mi salud se resintió bastante: no dormía, ni comía, me temblaban las manos y continuamente perdía el conocimiento. No podía seguir así, necesitaba un cambio de aires y lo necesitaba ya.

De modo que, aprovechando una quedada en cierto foro, que se organizaba en Madrid por esas fechas, reservé un hostal y compré un billete de avión de vuelta a España, sólo por un fin de semana.
Iba a conocer muchas caras que hasta entonces eran sólo fotos de perfil y letras en una pantalla, no obstante, apenas aterrizó el avión, necesitaba quedar y ver una vieja cara conocida para evadirme un poco de mi situación en París, que estaba a punto de acabar…

…pero yo en aquel momento no lo sabía.


Al día siguiente, se realizó la tan ansiada quedada, que fue mucho mejor de lo esperado, conociendo a unos, comentado anécdotas con otros y compartiendo bocadillos y tés con todos.
Cuando terminamos la cena, con la correspondiente clausura del evento, algunos decidimos continuar por nuestra cuenta. Recuerdo vagamente un litro de tinto de verano y dos o tres copas de amaretto con granadina en chueca, pero perfectamente la conversación con Rafa de vuelta al hostal.
Con mis dos granadinos desayuné al día siguiente, intercambiando impresiones del día anterior. Se nos juntó la hora del café con la de la cerveza, y cuando apenas pusimos un pie en fnac, nos llamaron para ir al rastro. Allí hicimos lo que mejor sabemos hacer, desvariar. Luego comimos todos en un parque, y en la sobremesa los de la sección gaditana cantamos coplas de los carnavales de Cádiz. Tras una brevísima despedida me tuve que ir corriendo, porque perdía el avión (ciertamente, lo tomé justo antes de cerrar la puerta de embarque).
¡Ah! Ya en el avión, antes de despegar, llamé a mi madre para felicitarle su cumpleaños. Al fin y al cabo no soy tan mala hija.


No hay comentarios:

Publicar un comentario