sábado, 31 de diciembre de 2011

Pollo con salsa de curry


Aquí os dejo con una recetilla de las mías, que empezó siguiendo a rajatabla el modus operandi de un libro de recetas, y que poco a poco he ido modificando, añadiendo y simplificando, hasta llegar a lo que es ahora, una receta de supervivencia estudiantil, pero con un toque sofisticado. La pongo en práctica de vez en cuando, cuando quiero darme un capricho culinario, no soy muy de cocinar con curry.

Procedimiento:
Pelamos, cortamos y picamos una cebolla grande, una manzana verde o roja (que no sea de las ácidas, no quedan tan bien) y una zanahoria grande. Calentamos aceite o mantequilla en una sartén y doramos bien los tres ingredientes. Cuando la manzana tenga el aspecto de una compota, añadimos un brick de nata para cocinar, la piel de medio limón, una cucharada de azúcar, curry al gusto y lo dejamos a fuego medio durante 15 minutos, removiendo de vez en cuando. Añadimos un poco de sal y probamos para comprobar que no le “salga” ningún sabor. ¡Estamos a tiempo de rectificar!
Ahora, si quieres, puedes pasar la salsa por la batidora quitándole antes la piel del limón, pero yo prefiero encontrarme los trocitos de cebolla y zanahoria... y así me ahorro limpiar un cacharro más.

Cortamos las pechugas de pollo (De dos a cuatro filetes, dependiendo del tamaño) en tiras de dos dedos de ancho, o en taquitos pequeños. Los doramos un poco con aceite en una sartén, los apartamos y los añadimos a la cazuela de la salsa.

Puedes preparar un poco de arroz basmati para acompañar (¡sigue las instrucciones del paquete, so vago!). Aconsejo que añadas al agua de hervir un puñado de hierbabuena o menta y una cáscara de limón, le da un toque de sabor bastante agradable. También hay vasitos de arroz, de esos que los pones en el microondas y se hacen solos. O puedes preparar un cuscús.  En la variedad está el gusto. ¡Pero que sea basmati, que con el arroz redondo no queda igual!



Ya está.
Recuerdo una vez que tuve que preparar pollo al curry para quince personas, y las proporciones me bailaron mucho. Tardé horas en reducir la salsa y comimos casi dos horas más tarde de lo planeado.
Este plato también es ideal para añadir a un bento, si tenemos cuidado de espesar bien la salsa de curry. 

lunes, 19 de diciembre de 2011

La niña y el mar


El mar siempre me ha fascinado. Cuando era pequeña, el mar era para mí una franja estrecha de agua que nos separaba de Àfrica y los leones. Pero tenía unas corrientes bastantes fuertes, en la que si te despistabas nadando o jugando con los primos, la corriente te arrastra y entonces, por muy bien que sepas nadar, te ahogas y nunca más te encuentran. O al menos, eso era lo que me contaban mis padres para que no me alejara de la orilla y que me mantuviera siempre visible. Así se ahorraban sustos.


Nunca he sido una nadadora muy veloz, de hecho siempre he preferido bucear a nadar, y me entrenaba a todas horas para aguantar unos segundos más sumergida. Alcancé mi récord a los diez años, con un minuto y diez segundos, y mantuve esa marca todo el tiempo que pude.
De los once a los dieciocho, pasaba las vacaciones en un cámping de la playa de Valdevaqueros, en Tarifa. Ya se tenía cierta independencia, y nuestros padres podían relajarse un rato sin tener que estar pendiente de que sus pequeñines todo el tiempo. Y, como era habitual, no dejaba de practicar mis inmersiones buceando cada vez más lejos y más hondo.


Lo que más me gustaba era abrir los ojos en el mar. Los rayos de luz del atardecer se filtraban en forma de haces verdosos y dorados, sobre un horizonte submarino hecho de tonos de azul, abajo más oscuro y arriba, cerca de la superficie, en celeste. Alargaba los brazos y los observaba, moteados por la luz, tanto tiempo como me permitiera mi capacidad pulmonar. Subía a la superficie sólo para volver a bajar, hasta el suelo, donde el agua era más fría y dolía en los oídos. Subía con puñados de piedrecillas o buscaba conchas, que las de la orilla eran muy pequeñas o estaban rotas; no obstante, la mayoría del botín era devuelto al mar. Todavía conservo de aquella época una concha blanca y tres piedras planas, que de vez en cuando uso como inciensario.

Hoy en día, vivo en una ciudad sin mar. De vez en cuando, cierro los ojos y me veo ahí, con los brazos extendidos, braceando e impulsándome arriba y abajo, con los brazos llenos de reflejos verdes y dorados. Es muy probable que el día de mañana viva en otra ciudad que no tenga mar, pero no pasa nada. El mar que yo recuerdo no está fuera, sino dentro de mí, y allá a donde vaya lo llevo siempre conmigo.



lunes, 12 de diciembre de 2011

Bálsamo hidratante


No sé vosotros, pero con temperaturas de extremo frío o calor, siempre ando con los labios resecos. Además, últimamente tengo la piel de las manos muy seca y áspera. Si soléis tener los mismos problemas que yo, os dejo un remedio sencillo y económico.

Para hacer un bálsamo necesitamos:
Cera de abeja pura (Aprox 4 euros y da para MUCHAS veces)
Aceite (de oliva, de girasol con alguna hierba macerada etc…)
Un recipiente cerrado donde poner el preparado, previamente esterilizado.
Dos cazos, uno más grande que otro (yo uso una taza metálica)



1) Ponemos agua a hervir en el cazo de mayor tamaño.

2) Cuando esté listo, añadimos al cazo pequeño 3/7 de cera y 4/7 de aceite y esperamos a que ambos componentes se fundan entre sí. En realidad la proporción es algo aproximado, según el tipo de aceite que uses o la calidad de la cera, las cantidades pueden variar. No dejamos de remover durante todo el proceso, que no toma más de 2 o 3 minutos.

3) Mojamos una cuchara en la mezcla, sacamos y esperamos a que se enfríe. Con la yema del dedo, toma un poco y úntalo en el dorso de la mano, para comprobar que el bálsamo no haya quedado demasiado aceitoso-líquido ni demasiado duro. Por lo tanto, estamos a tiempo de corregir añadiendo un poco más de aceite o de cera. de Corregimos si es necesario y repetimos el proceso hasta quedar satisfechos con la textura.

4) Cuando tengamos el punto deseado, apartamos el bálsamo en pequeños tarros, dejamos enfriar a temperatura ambiente y los cerramos, anotando la fecha.


Puedes usar estos bálsamos como protector labial,  para dar masajes o como hidratante para el cuerpo. Si maceras hierbas como la caléndula o el romero en el aceite, el bálsamo también adquirirá sus propiedades. Otra opción es sustituir el aceite de girasol o de oliva virgen extra por otro tipo, como de almendra, de sésamo, o de jojoba.




sábado, 3 de diciembre de 2011

Magdalenas de verduras

¡Eh, joven estudiante! Si en tu piso compartido tienes la suerte de poseer un horno, y da la casualidad de que tienes restos de verdura en el frigorífico que amenazan con echarse a perder de un momento a otro, ésta es tu receta.

Necesitaremos
Tres huevos, seis cucharadas de harina y una de levadura para la masa base. (Si ves que tienes demasiadas verduras o muy pocas, puedes doblar la cantidad o reducirla a la mitad)
Verduras (pimiento, cebolla, calabacín...  todo vale)
Especias al gusto (curry, clavo, canela, orégano) pero no hay que abusar, sólo un toque.

Procedimiento:
Precalentamos el horno a 200ºC.
Picamos muy finamente las verduras y las freímos en una sartén con una cucharada de aceite hasta que estén doradas. Si quieres, puedes ponerlas en el microondas 5 min a máxima potencia, con un poco de agua rociada por encima.
En un bol grande, mezclamos los huevos, la harina y la levadura. Puedes añadir medio vasito de leche o un yogurt, si quieres. (Total, se te van a caducar...)
Añade las verduras a la masa y remueve bien. Este es el momento de darle un punto de sal o especiar a nuestro gusto. Se puede añadir también algunos frutos secos: nueces, almendras, pipas de girasol o de calabaza... les da un puntito.
Engrasamos los moldes y vertemos la masa. Si no tienes moldes de muffins no pasa nada, haz un bizcocho con cualquier otro que tengas por casa.
Horneamos durante 30 minutos. Apagamos el horno y dejamos 5 minutos más.

¡Ta-chán!

Aconsejo cortar el bizcocho en rodajas y servir en un plato con algún acompañamiento: patatas hervidas, salsa de nata y pimienta...


Se pueden comer frías y calientes, lo que es una gran ventaja a la hora de preparar un bento para el día siguiente. ¿Que qué es un bento? Espera y verás.

¡Que disfrutes!



jueves, 17 de noviembre de 2011

El poder de la evasión


Hace pocos días, quedé en la Alameda con unos amigos para tomar un cafetillo y pasar la tarde. Como es natural en esta época del año, oscurece bastante temprano, con el consiguiente descenso de la temperatura; sólo tenía como abrigo una chaqueta fina de algodón, que no hacía gran cosa.
No me apetecía tomar el bus hasta casa, así que saqué una bicicleta de una estación cercana, la cual sólo tenía dos disponibles. Me subí la cremallera hasta arriba, me tomé unos segundos para calcular la ruta más corta y puse un poco de música. Hacía casi un año que no montaba en bici, mi cuerpo lo notaba: me costaba mucho más trabajo que antes pedalear manteniendo un buen ritmo, ligero y estable. Transpiraba mucho, me faltaba el aire…

…cuando iba al instituto, nuestro profesor de Educación Física era implacable. Daba igual que hiciera frío o que fuese primera hora: siempre dábamos diez vueltas al patio, luego hacíamos ejercicios de movilidad y luego calentamiento muscular y articular. La media hora que sobraba la dedicábamos a practicar algún deporte o a juegos para mejorar el reflejo o la coordinación. Yo sufría terriblemente en la primera parte de la clase, pero pronto aprendí que si evadía mi mente y la “desconectaba” del cuerpo pensando en cualquier cosa (Normalmente en videojuegos o en la saga fantástica que estuviera leyendo en ese momento), podía aguantar mucho más tiempo corriendo.

Y eso fue lo que hice en esta ocasión: Dejé que mis pies pedalearan ellos solos mientras mi mente estaba lejos, muy lejos, recordando momentos mejores, pensando en videojuegos y en libros, para no perder la costumbre, sopesando la posibilidad de tener una mascota y debatiendo conmigo misma si merece la pena poner un árbol de plástico en mi habitación para celebrar el solsticio de invierno.
Cuando volví a la realidad, me había pasado bastante de largo la estación de SeVici que está enfrente del piso, de modo que giré y volví sobre mis pasos (¿O debería decir “pedaleos”?) para anclar allí a la número 2581, que tenía la tercera marcha un poco dura y a veces le bailaba el sillín, pero por lo demás era perfecta.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Pasión por la lectura

 “Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen por ganar un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unos cuantos creen que sólo serán felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.


La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros.


Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara , leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.”

Fragmento de La historia interminable de Michael Ende (1979)


Desde antes incluso de aprender a escribir, ya estaba soñando con poder leer. Continuamente le preguntaba a mis padres, abuelos, tíos o primos mayores lo mismo: "¿Qué pone ahí?" o "¿Me lees esto?" Da igual que fuera un libro de cuentos o el prospecto de un medicamento, yo se lo pedía igual.
Luego crecí, y me regalaron mi primer libro, lo recuerdo perfectamente. Tenía 7 años y entre las páginas había cartas dentro del sobre y todo, que uno de los protagonistas le enviaba a sus amigos.

Luego crecí, y los libros crecieron conmigo. Yo no quería que me regalaran ropa o zapatos, yo quería libros y té, cosa que irritaba mucho a una de mi abuelas. Leía y leía...

¿Cuándo lo he dejado? No sabría decirlo. ¿Cuando entré en la facultad o antes? No recuerdo. Si bien es cierto que leer por obligación mata la pasión, por muy buena que ésta sea. Los plazos de lectura se me atragantaban y los que antaño fueron amigos ahora son herramientas. 

...De vez en cuando me rebelo. Dejo a un lado el montón de lecturas pendiente (que actualmente son dos libros y cuatro artículos) y compro, saco de la biblioteca o pido prestado algo para leer por placer ¡y qué placer! Con una taza de té en la mano y un libro en el regazo, las penas son menos penas.








jueves, 3 de noviembre de 2011

Retazos del pasado.


- ¡Hola! ¿Qué lees?

Mañana ya habrá acabado todo…

… Y así fue como me hice pasar por Erasmus en mi primer día de clase en la universidad

Te quiero.

¿Cómo dices que se llama ese grupo?

¡Eh, tú! ¡Pásanos el frisbee!

¡Fiesta en mi casa del Rinconcillo la semana que viene!

Vi esto y me acordé de ti. Espero que te guste.

Tengo que salir del pozo.

¡Me encantaría verte tocar! ¿Cuándo es el próximo concierto?

¡Me llevas dos cubatas de ventaja!

¿Y a ti, qué te gusta? –La tinta marrón

Es la tercera vez que te veo esta semana.

¿Cómo dices que se llaman?

No tienes criterio ninguno para decirme eso.

¡Soy la vicejefa autoelecta!

Tú lo que tienes es horror vacui

¿Me haces un hueco en el sofá de tu casa? ¡Voy a ir unos días para allá!

Estoy bien, gracias, sólo ha sido un golpe fuerte en la cabeza.

Quiero hacer algo grande con mi vida.

Se llamará Byron; es que Cid, Yod y Pedraza eran demasiado frikis.

Éste ha sido el mejor verano de mi vida.

Mira quién fue a hablar, el que pensaba que "Slania" era el grupo y "Eluveitie" el disco.

¿Prometes no enfadarte?

Tengo miedo a perder su amistad si se lo digo.
¿No lo tienes? No pasa nada, te lo presto.

¡Feliz 2007!

¡Mamarosario! ¿Quieres que te ayude a preparar torrijas?

He pensado en organizar un torneo de tetris en mi casa esta navidad. ¿Venís?

Si te cuento algo, ¿no se lo dices a nadie?

Es que me siento tan sola…

Tenemos que quedar para cocinar un día de estos.

Estoy aprendiendo a tocar la harmónica.

¡Rasengaaaaan!

¿A que no sabes lo que me ha pasado hoy con el SeVici?

¿Y si preparo una queimada?

¡Mierda! Ya son las dos…

Acabas de hacerme la mujer más feliz de la tierra.

¿Cómo que este año no preparas pestiños? Trae, ya lo hago yo

Si hubiera una sola medusa en getares, ya me habría picado, es que tengo una racha…

¿Vas a comerte ese pastelillo?

Tienes que hacerte una cuenta, es genial.

El té es lo que más me gusta del mundo.

Él me dijo ¿Por qué?, yo le contesté ¿Por qué no?

Ésta va a ser de melocotón. ¿Os apetece?

¡Tiembla ante mi mazo de fragmentados!

Me alegro de verte.

Esta noche iba a quedarme en casa, ¡pero me apunto!

¿Chistes malos? Espera y verás

¿Una cachimba? No gracias, no fumo y no pienso fumar nunca.

Cuando dicen “chupa, chupa, que yo te aviso” es mentira, nunca avisan.

Mañana me voy a Sevilla a comenzar la carrera.

¡No te vayas! ¿Qué va a ser de mí sin ti?

.
.
.

Echo la vista atrás y pienso en cuánto he cambiado, y cuánto han cambiado los que me rodean. Pero por algo seguimos todos juntos, ¿no? Éste post va dedicado a esas personas tan especiales que me han hecho ser lo que soy.  

lunes, 24 de octubre de 2011

Caramelos herbales


Quiero inaugurar la veda de recetas del blog con una bastante sencillita, con pocos ingredientes y que suele dar un gran resultado.
Para hacer caramelos, necesitamos básicamente agua y azúcar, y, si se quiere, un  saborizante. Cuanta más azúcar se añada, más caramelos saldrán, pero con un sabor menos intenso. Además, podemos matar dos pájaros de un tiro y darle a nuestros caramelos ciertas propiedades para aliviar molestias de garganta o los síntomas de un resfriado, con ingredientes que podemos encontrar fácilmente en cualquier herboristería. ¡Vamos allá!

Ingredientes:
- 500 ml de agua
- Azúcar
- 1 cucharada de salvia
- 2 cucharadas de raíz de malvavisco.
- 1 cucharada de tomillo
- (Opcional) Saborizante natural: ralladura de un limón, de una naranja… o puedes sustituir el agua por zumo de frutas natural, nada de zumos en bote.

Paso a paso:
- Ponemos agua a hervir en un cazo, y añadimos la salvia, el malvavisco y el tomillo.
- Tapamos el cazo, apagamos el fuego dejamos reposar 15 min para que se infusione todo bien
- Colamos el agua, añadimos azúcar (300-400 gr deberían ser suficientes, si lo quieres más intenso añade menos azúcar o prepara una infusión aún más concentrada) añadimos la ralladura de limón o naranja si se desea.
- Removemos muy bien para disolver el azúcar, y preparamos un cuenco con agua y hielo. Prepararemos también un molde para bombones, o en su defecto, un molde grande de bizcocho sobre el cual extenderemos papel de aluminio o de horno.
- Cuando el almíbar comience a espesarse y la espuma comience a subir por la cazuela, bajamos un poco el fuego y seguimos removiendo, con cuidado para que no se queme.
- Pasados unos minutos, cuando haya espesado, toma una cucharada de almíbar y viértela sobre el cuenco con hielo. Si la gota forma una bolita que se puede moldear con los dedos, estás muy cerca del punto necesario. Si la  gota se queda dura, ¡perfecto! Retira el cazo y viértelo sobre los moldes. Si usas moldes para bombones, es mejor no rellenarlos hasta arriba, que quedan unos caramelos muy grandes, sino llenarlos un poco por debajo de la mitad.

Ideas:
Puedes prescindir de las hierbas y simplemente hacer caramelos con sabores a frutas, o incluso usar un refresco de cola sin azúcar, para poder controlar nosotros el punto del almíbar. ¡Prueba con moldes de distintas formas!

miércoles, 19 de octubre de 2011

La increíble y real historia del tomate alquímico


Hoy os traigo, basado en hechos reales y recientes, "La increíble y real historia del tomate alquímico"
Y es que hace ya más de un mes, una de mis compañeras de piso decidió iniciar la famosa Dieta Dukan para perder unos kilitos, y me dio algunos alimentos que no iba a necesitar, entre otros, un paquete de picos, tres litros de leche entera, una botella de coca-cola y una cajetilla de tomates.
El tiempo pasó, ya lo largo de los días fui gastándolo todo… menos UNO de aquellos tomates, que se quedó triste y sólo en aquella cajetilla de plástico, hasta ayer. Cuando, cocinando, esta misma chica comentaba que le faltaban tomates para hacer un ratatouille, me acordé entonces de mi rojo amigo, que había quedado relegado al fondo de mi balda de la nevera.
Inmediatamente, e imaginando lo peor, fui a buscarlo y… ¡Tachán! Jamás ví un tomate con mejor pinta que esa. Tenía, de hecho, mejor presencia que unos pimientos comprados el día anterior. “Seguro que por dentro está podrido”, pensé, y lo abrí por la mitad. Creo que una imagen vale más que mil palabras.



(Por cierto, delicioso el ratatouille que preparó esta chica, y muy jugoso el sándwich de queso fresco y tomate que cené aquella noche.)

Da mucho que pensar, sobre la cantidad de conservantes y demás aditivos químicos que tomamos diariamente en cada comida, pero eso ya lo dejo al gusto del lector.

domingo, 16 de octubre de 2011

Improvisación en Madrid


Me encanta organizar viajes improvisados de una semana para otra, conmigo como única participante. Aún no soy tan impulsiva como para ir el mismo día a comprar un billete para el próximo tren-bus-avión que salga, pero dadme tiempo, que ya me llegará el pronto.
En esa clase de viajes vas a donde te apetece, duermes donde te apetece, comes lo que te apetece, visitas a quien te apetece, y, en definitiva, eres tan libre como tu presupuesto te permita serlo. Recuerdo dos de esos viajes con especial cariño, y da la casualidad (si… casualidad… jejejejeje) de que ambos los he realizado este mismo año.

El primero de ellos fue el viaje a Madrid. Tomé el vuelo desde París en un punto de mi vida en el que necesitaba urgentemente olvidarme de todo lo que me rodeaba. En aquel momento, estaba bastante estresada por la presión en la Sorbonne Nouvelle, y del encorsetado método de estudio, además no estaba a gusto con nadie en la facultad (ya llegarían, un poco tarde, pero llegarían). Tras un día malo iba otro peor, aquello parecía no acabarse nunca y la idea de abandonarlo todo resultaba cada día más tentadora. En consecuencia, mi salud se resintió bastante: no dormía, ni comía, me temblaban las manos y continuamente perdía el conocimiento. No podía seguir así, necesitaba un cambio de aires y lo necesitaba ya.

De modo que, aprovechando una quedada en cierto foro, que se organizaba en Madrid por esas fechas, reservé un hostal y compré un billete de avión de vuelta a España, sólo por un fin de semana.
Iba a conocer muchas caras que hasta entonces eran sólo fotos de perfil y letras en una pantalla, no obstante, apenas aterrizó el avión, necesitaba quedar y ver una vieja cara conocida para evadirme un poco de mi situación en París, que estaba a punto de acabar…

…pero yo en aquel momento no lo sabía.


Al día siguiente, se realizó la tan ansiada quedada, que fue mucho mejor de lo esperado, conociendo a unos, comentado anécdotas con otros y compartiendo bocadillos y tés con todos.
Cuando terminamos la cena, con la correspondiente clausura del evento, algunos decidimos continuar por nuestra cuenta. Recuerdo vagamente un litro de tinto de verano y dos o tres copas de amaretto con granadina en chueca, pero perfectamente la conversación con Rafa de vuelta al hostal.
Con mis dos granadinos desayuné al día siguiente, intercambiando impresiones del día anterior. Se nos juntó la hora del café con la de la cerveza, y cuando apenas pusimos un pie en fnac, nos llamaron para ir al rastro. Allí hicimos lo que mejor sabemos hacer, desvariar. Luego comimos todos en un parque, y en la sobremesa los de la sección gaditana cantamos coplas de los carnavales de Cádiz. Tras una brevísima despedida me tuve que ir corriendo, porque perdía el avión (ciertamente, lo tomé justo antes de cerrar la puerta de embarque).
¡Ah! Ya en el avión, antes de despegar, llamé a mi madre para felicitarle su cumpleaños. Al fin y al cabo no soy tan mala hija.


miércoles, 12 de octubre de 2011

Otoño


En Sevilla sólo se conocen dos estaciones: el largo verano y el invierno.
Cuando estuve viviendo en París, tuve la oportunidad de conocer el otoño de verdad, con lluvias que duraban días, o bien cesaban a los pocos minutos de empezar, con mañanas de niebla y tardes soleadas, con mañanas radiantes y tardes torrenciales, con parques llenos de árboles de copas rojas, hojas que formaban una densa alfombra en el suelo, y crujían al ser pisadas.


Durante esos meses, me encantaba patear los montones de hojas de arce, roble y castaño que se apilaban alrededor de los troncos. Si les daba fuerte con el canto del pie, las hojas subían más alto, por encima de mi cabeza, y me quedaba mirando cómo caían de nuevo, como meciéndose, hasta llegar al suelo frío y embarrado.
Recuerdo que una vez iba caminando por el parque de Luxembourg con una compañera, cuando en ese momento se formó una corriente de aire que hizo ascender en espiral un montón de hojas de arce. Corté en seco la conversación y fui corriendo al centro del pequeño torbellino: dentro todo eran manchas de color rojo, naranja y marrón, hasta que, a los pocos segundos, paró. Se me llenaron los ojos, la boca y el cuello del jersey de tierra, pero el picor y la conjuntivitis mereció la pena, porque seguramente ése podría ser mi último otoño vivido desde el primer al último día. Aunque, quién sabe, la vida da muchas vueltas y aún me queda mucha por delante.

En Sevilla no hay otoño: los árboles mudan las hojas cuando aún no ha llegado el frío, y las primeras lluvias se dan en noviembre. Es una estación invisible.

lunes, 10 de octubre de 2011

Llega la noche

El despertador suena.
Lo apago.
Suena otra vez.
Lo apago de nuevo...
Pero a la tercera va la vencida, y una agotadísima Elouan se levanta de la cama, se mira al espejo y se promete acostarse más temprano la próxima vez. Luego, abre la ventana para ver qué temperatura hace, y escoger así la ropa que va a ponerse para ir a clase. A pesar de tener el armario lleno, siempre escoge entre las mismas cinco camisetas (que su madre amenaza de vez en cuando con tirar) y tres pantalones. Según el tiempo que le quede, desayuna una u otra cosa. Pan tostado con crema de queso y miel, bizcocho casero de la tarde anterior, cereales con leche, o en el peor de los casos, un yogurt. Para beber, té. Siempre té. 

Elouan sale a la calle, gira a la derecha y camina. Todavía no sabe si coger el bus o ir andando, y se pregunta cuándo le llegará el nuevo carnet de Sevici que tuvo que volver a pedir cuando perdió la tarjeta antigua. De todos modos, en la estación que tiene al lado de casa nunca hay bicis, pero ya buscará otras estaciones cercanas (y nunca lo hace). Cuando llega a la parada del bus, mira el indicador de tiempo de espera: 8 minutos es esperar demasiado tiempo, de modo que decide ir andando. Mientas camina escucha música, o ciertos podcast de cine y videojuegos. Hace un repaso de lo que tiene para hoy:
"Un resumen para esta, un comentario para la otra, ¡joder con el de la bici, que casi me mata! las fichas se me olvidaron ayer pero de hoy no pasan ¡Huy, qué monada de pajarillo! Se me ha olvidado lo de segunda hora que no sé lo que era, le preguntaré a Fátima. Tengo que hacer la compra, no me queda pan, ni huevos, ni queso fresco. A ver si quedo con Julio un día y cocinamos. Tengo que subirme la guitarra de Algeciras. ¡Cómo mola este tema! ¡CHA-chanan-tu-praaaaaaaaw-PUM-da-chaaaaaaawn! Hum... ¿En qué aula era la clase de hoy a primera hora?"

Cinco horas más tarde (cuatro si en viernes), Elouan se despide de algunos compañeros y camina (o, de nuevo coge el autobús según convenga) a casa. Cuando va en bus le gusta leer los poemas que hay en las puertas de bajada, especialmente si son de los hermanos Machado. Luego llega a su casa, se cambia de ropa y come algo que no tarde demasiado en cocinarse. 
A las cuatro se prepara un litro de té, y comienza a leer los libros obligatorios de las asignaturas de literatura, y sobre las cinco o seis se dedica a lengua y lingüística. Cuando acaba, por fin, se pone al día en las series que sigue, o bien continúa leyendo otra clase de libros más ligeros, o va a hacer la compra, o limpia lo que tenga asignado esa semana en el piso, o habla con amigos lejanos por skype...

Pero las noches son todas son iguales, todas suyas:
Elouan extiende con cuidado un poco de tabaco húmedo en la cazoleta que cubre con papel de aluminio. Perfora con cuidado la superficie. Luego apaga las luces, enciende tantas velas como sea necesario y una cerilla, que coloca bajo el carbón hasta que está al rojo vivo. Abre las pinzas para que éste caiga, y el sonido del tabaco cociéndose es, para ella, uno de los más conciliadores y reconfortantes. Aspira una calada rápida pasados unos segundos, para calentar la shisha y ponerla a punto.
Pero la cuarta calada es siempre la mejor, la más pausada, en la que se paladea el sabor; en la que se puede ver, a la luz de las velas, el denso humo blanco saliendo de la boca. 
Nada existe fuera de la habitación, sólo está Elouan con sus reflexiones, ideas y fantasmas. Disfrutando de una de tantas noches de shisha.





Cuando todo acaba mira el reloj. Es tarde, pero le apetece seguir fumando, y coloca otro carbón.
Eso sí, se promete que, pase lo que pase, en la noche siguiente se acostará más temprano...
...pero nunca lo hace.